viernes, 26 de agosto de 2011

LAS LUCECITAS DEL BLOG DEL MALAGUITA



En algunas cabecitas, cerca de la Calle del Desconocimiento y lejos de la Calle de la Empatía, vivía el Señor RunRun.
Todo parecía un sinfín de desavenencias. Varios llegaron a creerse cosas que nunca fueron ciertas.
Algunas personitas les tenían resentimiento, otras indiferencia, otras respeto... porque las creían causantes del malestar general, de la desaparición de mucha gente o del dolor de alguien.

Muchas veces se sucedían rumores de los que ellas eran inocentes...
Para que estuvieran, a gusto y, sobre todo, tranquilas, se les dejaba su espacio cuando necesitaban reflexionar en silencio.

Cuando la noche caía solían subir a la cumbre, a su Luci-Taberna, a propulsión...
Por supuesto, no por lo que se le achacaba a Marcelo!! No seamos mal pensados! Sólo hay que abrir una botella de cava para visualizar ese efecto!
En ese corto, pero intenso, viaje, a su refugio... mientras atravesaban las densas nubes cargadas de agua turbia y que en cualquier momento podrían dejar llover feos comentarios... se encendían, en todos los sentidos.
Eran una docena de lucecitas blancas que iluminaban más que las estrellas, en noches tristes como las de los últimos días, sin su presencia.

- Vendré muy borracha -murmuraba la que tachaban de más mala de todas- y mis "hadas" me guiarán.

No se medía a la hora de beber. Vaciaba las copas hasta que no se daba cuenta ni por donde caminaba. Era la única manera de olvidarse de todos los disparates que se le reprochaban y la rabia y la tristeza que se le retorcía como una vil serpiente dentro de su corazón.

Menos mal que muchas otras personitas, y no necesariamente, siempre, allegadas, sabían que... estando borracha no hacía daño a nadie, y que habiendo bebido siempre diría verdades...
Pero que estando serena tampoco hacía daño a nadie porque, en el fondo, era una niña grande, como las demás que habitan esta casa...
Y los críos, siempre dicen la verdad, también.

Las risas, en compañía, caían como agua pura en el alma de la rubia. Sentía una extraña alegría al escucharlas, algo parecido a la felicidad que le puede proporcionar observar el mar, desde su tierra, el nacimiento de las olas, los rayos de sol que iluminan el agua cuando está calmada...
Ese mar que conocía desde pequeña, del que aún disfruta, y donde se refleja la preciosa sonrisa de una niña que, a su edad, no ha hecho ninguna maldad todavía.

¿Por qué me creen tan mala? -se preguntaba.

Y como los borrachos pasan de la risa al llanto, sin motivo alguno, se ponía a llorar sin consuelo y regresaba con lentos balanceos a su casa.

En el camino, de vuelta, no es que se le olvidara apagar las luces, por ser siempre la última en acostarse, sino que permanecían encendidas, demostrando porque son y serán siempre sus amigas.


ADAS, que vuestro silencio no sea muy largo, que para silencios ya está mi nombre.